domingo, 28 de febrero de 2016

Los procesos de brujería en Irlanda




Entre los primeros juicios por brujería en 1324 y los últimos en 1711 no suman más de media docena y, cosa curiosa, exceptuando los dos primeros, los otros corresponden a acusaciones de protestantes entre sí.

En 1317. el arzobispo Richard de Ledrede, de Ossory, dijo que se había infiltrado en su diócesis una nueva y pestilente secta que atentaba contra la salvación de las almas. Por eso, en 1324, acusó a Alice Kyteler de brujería herética. Tras una prolongada batalla legal y física en la que los nobles se oponían a los clérigos, Alice huyó a Inglaterra; su criada y otras personas a las que se las consideraba cómplices fueron quemadas, azotadas, desterradas o excomulgadas.

Este juicio fue ampliamente discutido y al mismo siguió alguna quema ocasional de personas acusadas de herejía. El arzobispo fue víctima de una cerrazón de pensamiento, pero al final acabó por clarificarse en qué consistía la herejía y decidió organizar la administración de su diócesis. El caso de la Kyteler precedió en dos años a la bula del Papa Juan XXII contra la brujería, el cual estuvo siempre temiendo conspiraciones contra su vida mediante imágenes de cera o anillos en los que figuraba el demonio.

Las siguientes noticias sobre brujería en Irlanda están situadas en 1447. cuando el Parlamento convenció al rey de que la destrucción de una persona por la brujería o la necromancia no debía ser representada en imágenes, por lo que tal arte no se intentó en este país.

Incluso durante el siglo XVI, cuando la manía brujeril lo invadía todo. Irlanda no se vio afectada. Sin embargo un extraño juicio tuvo lugar en noviembre de 1578, cuando dos brujas y un moro negro fueron ejecutados por las leyes normales, ya que no las había especiales para la brujería. Un brujo negro en las Islas Británicas es un caso único, y su ejecución pudo ser la consecuencia de haber confundido la necromancia (adivinación a través de la muerte) con la adivinación a través de los negros.

Durante los comienzos del siglo XVII los incidentes relacionados con la brujería escasearon. Destaca el que en 1606 un ministro invocase a los «perversos y latentes espíritus» para que le ayudaran a encontrar «al más perverso traidor», Hugh de Tyrone.


Pocas son en verdad las referencias que se tienen de la brujería en Irlanda desde 1324 a 1661, año este último en que Florence Newton, la bruja de Youghal, fue acusada de embrujar a una joven sirvienta.

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miércoles, 17 de febrero de 2016

La brujería en Italia



Italia, como tantos otros países, conoció supersticiones y extrañas prácticas de hechicería. Pueblo llano, señores y altos eclesiásticos compartieron con frecuencia parecidas inclinaciones por el mundo de las fuerzas invisibles. Las tradiciones paganas derivaron en diversas ramas brujescas, principalmente en la satánica, y en la «Vecchia», la Vieja Religión, que en inglés se conoce por «Wicca», la antigua brujería


Es difícil saber dónde termina la leyenda y dónde empieza la historia, pero se asegura que Silvestre II, antes de morir, quiso confesar que había adquirido su poder y su saber mediante ayuda satánica. La tradición hace de la papisa Juana una formidable hechicera. Juan XXII vivía atemorizado por las fuerzas que los brujos pudieran dirigir contra él. Este pontífice formó una «comisión» que había de interrogar a los sospechosos de atentar mágicamente contra su vida. El notario público Gerardo Soló, secretario de aquella comisión, logró descubrir las perversas maquinaciones del señor de Milán Galeazzo Visconti. Cierto humilde sacerdote llamado Bartolo-meo Canolati -hombre versado en operaciones mágicas- declaró haber recibido proposiciones para maleficiar al pontífice mediante una estatuilla de plata que representaba a un hombre desnudo, en cuya frente pudo leer el nombre del Papa y en cuyo pecho podía apreciarse signos mágicos. Es interesante destacar que en este extraño asunto aparece relacionado el nombre de «Dante Aleguero». El señor de Milán no quiso que éste manchase su nombre con el maleficio y ofreció mil florines de oro al sacerdote que declaró no haberlo aceptado. Los documentos de tan curioso proceso se conservan en los archivos vaticanos. (Miscelánea, 1320-9.)