Italia, como tantos otros países, conoció supersticiones y
extrañas prácticas de hechicería. Pueblo llano, señores y altos eclesiásticos
compartieron con frecuencia parecidas inclinaciones por el mundo de las fuerzas
invisibles. Las tradiciones paganas derivaron en diversas ramas brujescas,
principalmente en la satánica, y en la «Vecchia», la Vieja Religión, que en
inglés se conoce por «Wicca», la antigua brujería
Es difícil saber dónde termina la leyenda y dónde empieza la
historia, pero se asegura que Silvestre II, antes de morir, quiso confesar que
había adquirido su poder y su saber mediante ayuda satánica. La tradición hace
de la papisa Juana una formidable hechicera. Juan XXII vivía atemorizado por
las fuerzas que los brujos pudieran dirigir contra él. Este pontífice formó una
«comisión» que había de interrogar a los sospechosos de atentar mágicamente
contra su vida. El notario público Gerardo Soló, secretario de aquella
comisión, logró descubrir las perversas maquinaciones del señor de Milán Galeazzo
Visconti. Cierto humilde sacerdote llamado Bartolo-meo Canolati -hombre versado
en operaciones mágicas- declaró haber recibido proposiciones para maleficiar al
pontífice mediante una estatuilla de plata que representaba a un hombre
desnudo, en cuya frente pudo leer el nombre del Papa y en cuyo pecho podía
apreciarse signos mágicos. Es interesante destacar que en este extraño asunto
aparece relacionado el nombre de «Dante Aleguero». El señor de Milán no quiso
que éste manchase su nombre con el maleficio y ofreció mil florines de oro al
sacerdote que declaró no haberlo aceptado. Los documentos de tan curioso
proceso se conservan en los archivos vaticanos. (Miscelánea, 1320-9.)
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